Oigo las llaves en la puerta. Son las 12 de la noche.
Nervios, cosquilleo en el estómago. La puerta se abre y cierra en silencio.
De un salto me levanto de la cama y voy hacia el pasillo. Eres tú. Has llegado.
Me sonríes, me preguntas qué tal todo en clase y me das un abrazo, mientras me pides que vuelva a la cama, que ya es tarde.
Cinco días sin verte. Te fuiste de domingo y has vuelto el viernes noche.
Sábado por la mañana.
Mis hermanos y mamá me despiertan con sus riñas matutinas de todos los días. El reloj marca la hora, alrededor de las diez. Vuelvo a oír la puerta de la calle y vuelvo a salir corriendo de la habitación. Esta vez, por el rico desayuno que nos traes en la bolsa. Delicioso.
Pasan unas horas, hasta que salís todos a dar una vuelta y tomar algo. Yo no, yo os espero en casa. Me gusta estar sola. Veo la televisión durante un tiempo que se me hace cortísimo. Son las dos de la tarde. Como sola, ya que aún seguís en el bar de la esquina. Media hora más y por fin llegáis.
Sueltas alguna broma, o simplemente saludas. A veces ni eso. Dejas el periódico en la mesa del salón y te vas a la habitación del ordenador. Te dedicas a ellos, pero da lo mismo. Ni en tus días de descanso prescindes de estar frente a la pantalla con tus cosas. Supongo que será un vicio.
Alguna que otra riña con los niños. Les quieres, lo sé, pero te desesperan. Es normal, a mi también me pasa.
Termináis de comer y dormís la siesta. Mis hermanos y yo seguimos despiertos, pero ellos están embobados frente a la televisión, atentos a la película.
Pasan las horas. Debería estar estudiando, pero me dedico a escuchar mi música, y hago planes con mis amigos para esta noche.
LLegan las ocho y ya estoy lista.
- ¡Adiós! Me voy ya. ¿Vas a buscarme no?
- Sí. ¿Como siempre, dónde siempre?
- Sí. ¡Gracias!
Salgo por la puerta, cojo el ascensor y me encamino hacia donde he quedado antes.
Nos lo pasamos bien, como cada sábado. Hoy no es una noche distinta.
Miro el móvil, el reloj digital marca las 01:57. Me despido y salgo hacia el lugar indicado. Veo el coche de lejos, paras justo en frente mío. Me acerco corriendo y subo. Hablamos algo, poco. Que tal la noche y poco más. No solemos tener largas charlas.
LLegamos a casa, es tarde. Te agradezco que en tu día de descanso vayas a recogerme tan tarde, aunque no te lo digo. Supongo que ya lo sabes.
El domingo transcurre igual que el sábado, pero hoy toca estudiar algo, y volver a despedirse. Vuelves a Madrid. Hasta el viernes que viene. Así semana a semana, desde que tengo uso de razón.
Siempre hemos tenido nuestros más y nuestros menos, como todos. Ambos somos de carácter difícil. Me parezco a ti, lo sé y me gusta, porque no quiero ser como mamá.
Tú, siempre con tus bromas, con tus juegos, con risas, con cariño, con calma y paciencia, sabiendo escucharme, intentando entenderme.
A pesar de nuestras broncas, de tu orgullo para todo (y del mío también, para qué engañarnos).
Eres el que me trae regalos esporádicos, el que tiene detalles conmigo, el que me ayuda, el que me escucha siempre. Siempre ahí conmigo. El cariñoso, el divertido, el bueno.
El mejor padre del mundo.
LLegó el domingo otra vez y te fuiste de nuevo, pero esta vez para siempre. Y no pude despedirme, porque este viaje no estaba en tus planes.
Ya son siete meses y un día echándote de menos, que se dice pronto y no es tanto tiempo..
Pero a mí se me está haciendo eterno.
1 comentario:
duro, muy duro. Para mi tus palabras se hacen piedras. Trago una a una. Las intento digerir y me duelen. El estómago se pone pesado y me duele la cabeza. Es algo parecido a la tristeza.
Felicidades por el texto, por el fondo y por la forma. Me ha encantado. Como las cosas que duelen y arañan la memoria, me ha encantado.
Un abrazo fuerte desde Murcia, después de viajar a Oviedo
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